Es posible que nadie haya previsto en sus planes de negocios la palabra “pandemia” para 2020, pero quienes ya habían incorporado la agilidad y la cultura de innovación en sus empresas supieron cómo avanzar
Si hay algo que nos dejó como enseñanza este 2020, con sus desafíos inéditos y de escala mundial, es que la realidad es aún mucho más dinámica que las estimaciones más arriesgadas. La nueva normalidad nos impone, como líderes, estar preparados para adaptarnos a los cambios rápidamente y surfear incluso las olas más complejas, como esta pandemia.
Haber transitado la esencia de la transformación digital fue decisivo para que muchas empresas pudieran continuar sus operaciones, y hasta apostar a crecer, en plena crisis. Es posible que nadie haya previsto en sus planes de negocios la palabra “pandemia” para 2020, pero quienes ya habían incorporado la agilidad y la cultura de innovación en sus empresas desde varios antes, supieron cómo avanzar sin sentir el impacto en toda su dimensión. Aquellos que llevamos años apasionados por el profundo y desafiante cambio cultural de la transformación digital, esta situación nos encontró con habilidades y capacidades para poder continuar.
Dentro de estas nuevas metodologías ágiles de trabajo, el aprendizaje es clave. Lo obtenemos de nuestras propias experiencias y también de nuestros clientes y sus necesidades: ya no son más simples consumidores que reciben lo que las empresas tienen para darles, sino participantes activos con mayor protagonismo en el centro del negocio.
La palabra clave es “agilidad”. Para acelerar nuestros procesos, hace más de un año implementamos células de trabajo conformadas por equipos interdisciplinarios, esenciales para romper modelos históricamente burocráticos que solo se ocupan de detener y ralentizar los proyectos en las diferentes capas de una escala jerárquica, innecesaria en tiempos colaborativos. El piloto de carreras Mario Andretti nos regala una definición que aplica a la perfección en el mundo corporativo: “Cuando todo está bajo control es porque estamos avanzando muy lento”. Por supuesto, el cambio no es inmediato: se trata de una transformación que se enmarca en un proceso donde se produce un sano equilibrio entre lo que sirve del esquema tradicional y lo que aportan las nuevas modalidades.
Este universo de co-creación no se limita puertas adentro de la organización: si el cliente participa de manera activa y se efectúan numerosas pruebas de ensayo, la capacidad de llegar al mercado con el producto soñado en el momento oportuno crece de manera exponencial, además de que se incrementa la fidelidad del cliente, que se siente partícipe de la evolución. Los datos son la materia prima esencial: son los que permiten agregar valor a cada producto y cada servicio, los que permiten entregar una experiencia personalizada para cada consumidor, los que permiten aprender y mejorar de manera continua.
En este contexto de autonomía, el rol del líder también tiene que adaptarse y hallar su nuevo lugar. Los líderes ya no son aquellos que dicen cómo se hacen las cosas, sino los que marcan el rumbo, los que establecen el propósito: cada célula de trabajo aprenderá a ser su propio jefe, a través de roles designados e intercambiando herramientas con otras áreas. La velocidad del cambio se ha instalado y es un hecho.
La nueva normalidad nos impone, como líderes, estar preparados para adaptarnos a los cambios rápidamente y surfear incluso las olas más complejas, como esta pandemia